MENINGITIS
La meningitis es un proceso
inflamatorio agudo del sistema nervioso central causado por microorganismos que
afectan las leptomeninges. Un 80% ocurre en la infancia, especialmente en niños
menores de 10 años. En la última década, con la introducción de nuevas vacunas
frente a los gérmenes causales más frecuentes (Haemophilus influenzae b,
Neisseria meningitidis C y Streptococcus pneumoniae) y con el desarrollo de
antibióticos más potentes y con buena penetración hematoencefálica, ha
disminuido la incidencia y ha mejorado el pronóstico de la infección, pero las
secuelas y la mortalidad no han sufrido grandes cambios.
La sospecha etiológica es clave
para el inicio precoz de la antibioterapia empírica. Para ello debemos
considerar la edad del niño, enfermedades de base que pueda padecer y su estado
inmunitario.
Las bacterias más frecuentes
en el periodo neonatal son Streptococcus agalactiae (en relación con la
colonización materna en el canal del parto), E.coli y Listeria monocytogenes.
En los niños entre 1 y 3 meses de vida pueden aislarse los patógenos neonatales
y los propios de mayores de 3 meses. En niños mayores de 3 meses los
microorganismos más frecuentes son meningococo B y neumococo, siendo
actualmente H. influenzae b (Hib) y meningococo C causas excepcionales por la
introducción de las vacunas conjugadas frente a estas bacterias.
La meningitis bacteriana va
precedida de la colonización de la nasofaringe por las bacterias, desde donde
pasan a través de la sangre o por soluciones de continuidad al sistema nervioso
central. En ese momento se desencadena una respuesta inflamatoria mediada por
citoquinas, que aumenta la permeabilidad de la barrera hematoencefálica con
lesión del endotelio capilar y necrosis tisular, eleva la presión intracraneal
y da lugar a edema cerebral, hipoxia, isquemia y lesión de las estructuras
parenquimatosas y vasculares cerebrales.
Las manifestaciones clínicas
de las meningitis son diferentes según la edad del niño; cuanto menor es, más
sutil e inespecífica es la sintomatología.
La clínica es aguda en la
mayoría de las ocasiones, en algunos casos puede ser insidiosa y en una minoría
puede ser rápidamente progresiva con mal pronóstico si no se interviene en las
primeras horas(5). Si existen recurrencias deben sospecharse focos
parameníngeos, fístula de LCR o inmunosupresión (véase Meningitis recurrentes).
a) Recién nacido:
indistinguible de sepsis: fiebre o hipotermia, irritabilidad o letargia,
rechazo de tomas, vómitos o polipnea. Es posible que presente convulsiones,
parálisis de pares craneales, pausas de apnea o fontanela “llena”.
b) Lactante: cursan con
fiebre o febrícula, vómitos, rechazo de tomas, decaimiento, irritabilidad,
quejido, alteraciones de la conciencia, convulsiones. En ocasiones rigidez de
nuca.
A partir de los 8-10 meses
posibilidad de signos meníngeos: Kernig (dolor de espalda con la extensión
pasiva de la rodilla estando los muslos flexionados) y Brudzinsky (flexión
espontánea de los miembros inferiores al flexionar pasivamente el cuello).
c) Mayores de 1 año: forma
clínica clásica: fiebre elevada que cede mal con antitérmicos, cefalea,
vómitos, convulsiones, rigidez de nuca y signos de irritación meníngea (Kernig
y Brudzinsky).
La administración
prehospitalaria de antibióticos en pacientes con sospecha podría retrasar el
traslado al hospital e incluso ser la causa de un enmascaramiento del
diagnóstico definitivo. Es un hecho constatado, por lo general, progresa
rápidamente, y existe la creencia de que la administración precoz de un
antibiótico activo frente a N. meningitidis influiría en la reducción de la
morbilidad y mortalidad. Por el contrario, también se ha sugerido que la
administración precoz de antibióticos en un medio ajeno al hospital ocasionaría
un empeoramiento inicial de la EMI a causa de la lisis bacteriana que inducen,
y que su administración sería más segura en el hospital.
FASCITIS NECROTIZANTE
La fascitis necrotizante es
una infección rápidamente progresiva de la piel y de los tejidos blandos que
suele asociarse con una importante toxicidad sistémica.
Supone la forma más grave de
infección de partes blandas, debido a la rápida destrucción y necrosis tisular
y al desarrollo, en un tercio de los pacientes, de shock y fracaso
multiorgánico. Aunque existen factores predisponentes para su aparición,
principalmente en la fascitis tipo I o polimicrobiana, en muchas ocasiones se
trata de pacientes jóvenes sin comorbilidad asociada, como sucede en los casos
de fascitis necrotizante tipo II o estreptocócica. El diagnóstico es
esencialmente clínico y en los casos de alta sospecha no debe retrasarse la
exploración quirúrgica, ya que su pronóstico depende en gran medida de un
diagnóstico precoz y de un tratamiento agresivo inmediato. Pese al mejor
conocimiento de su etiopatogenia y a la disponibilidad de herramientas
terapéuticas más eficientes, su mortalidad apenas se ha modificado en los
últimos años, superando el 25%. El tratamiento se basa en soporte hemodinámico,
tratamiento quirúrgico extenso y precoz, y antibioterapia empírica.
Principales factores de
riesgo para el desarrollo de fascitis necrotizante
Factores generales
|
Diabetes mellitus
|
Alcoholismo
|
Inmunosupresión
|
Obesidad
|
Glucocorticoides
|
Consumo de
antiinflamatorios no esteroideos
|
Enfermedades
tumorales
|
Edades extremas
|
|
Factores locales
|
Heridas
cutáneo-mucosas
|
Traumatismo local
|
Cirugía local
|
Venopunción
|
Arteriopatía
periférica
|
Manifestaciones clínicas
La FN tipo I suele afectar a
pacientes con comorbilidades asociadas y es frecuente encontrar una puerta de
entrada (traumatismos cutáneos, heridas quirúrgicas, venopunciones, lesiones
vesiculosas cutáneas, picaduras de insectos, mordeduras animales…). En los
diabéticos, el proceso se suele iniciar en la región distal de las extremidades
inferiores, en especial en los enfermos con vasculopatía y neuropatía
periféricas. Otras localizaciones menos frecuentes son la región cervical y la
perineal:
La FN cervical, o angina de
Ludwig, se suele originar a partir de un foco infeccioso odontógeno; las piezas
dentarias más frecuentemente involucradas son el segundo y el tercer molares43.
Con menor frecuencia el proceso tiene su inicio en un traumatismo cervical, abscesos
faríngeo o amigdalino, sinusitis, adenitis o infecciones de tumores en la
región cervicofacial.
La infección perineal, o
gangrena de Fournier, se origina por la penetración de bacterias entéricas en
el espacio fascial perianal, por vía gastrointestinal o uretral, y puede
extenderse rápidamente a la pared abdominal anterior, a los glúteos, al escroto
y al pene.
Los pacientes con FN tipo II
son habitualmente sanos y suele ser difícil documentar una puerta de entrada.
El curso clínico se suele
iniciar en forma de dolor de gran intensidad, desproporcionado inicialmente
respecto a la ausencia de evidentes signos cutáneos. Se ha descrito una
clasificación clínica en 3 estadios para definir el proceso clínico de la FN.
En una primera fase aparecen
los signos inflamatorios locales cutáneos, y lo más llamativo es el dolor. En
el 20% de casos aparece un síndrome seudogripal, y en el 10% puede existir un
eritema escarlatiniforme.
En un segundo estadio pueden
aparecer ampollas o flictenas, induración cutánea y fluctuación. La presencia
de ampollas es un dato muy específico pero poco sensible; aparece tan solo en
el 25-30% de los casos y suele traducir una extensa destrucción tisular. Su
contenido es inodoro en infecciones estreptocócicas y fétido en el caso de
infecciones por anaerobios.
En una tercera fase las
ampollas se rellenan de contenido hemorrágico, la destrucción de las fibras
nerviosas produce anestesia cutánea, la presencia de gas en las infecciones por
gérmenes anaerobios da lugar a crepitación y aparece necrosis cutánea. Algunos
autores han estimado que durante esta tercera fase clínica de la enfermedad se
produce una destrucción de hasta 4cm2 de superficie cutánea cada hora.
Existen cuatro signos
clínicos principales que deben hacer sospechar la presencia de una infección
necrotizante: edema e induración más allá del área eritematosa, existencia de
ampollas o flictenas (en especial si su contenido es hemorrágico), crepitación
o presencia de gas en las pruebas de imagen, y ausencia de linfangitis o
adenitis asociada.
El tratamiento de la FN
comprende medidas de soporte hemodinámico, un extenso desbridamiento quirúrgico
precoz y antibioterapia, además de las medidas de cuidado generales cuando sean
necesarias (elevación e inmovilización del miembro afectado, sedación,
analgesia con opiáceos, diálisis —en presencia de acidosis o hiperpotasemia
grave—, nutrición parenteral, corrección de las alteraciones electrolíticas…).
Habitualmente es necesario el manejo integral en una unidad de cuidados
intensivos, cuyos aspectos específicos no son abordados en esta revisión. El
90% de los pacientes con SSTS precisan intubación y ventilación mecánica.
EPIGLOTITIS
La epiglotitis solía ser una
enfermedad infantil y usualmente causada por Haemophilus influenzae de
tipo B. En la actualidad, debido a la vacunación generalizada, este
microorganismo ha sido casi erradicado en los niños (más casos se producen en
los adultos). Los microorganismos causales en los niños y los adultos
incluyen Streptococcus pneumoniae, Staphylococcus aureus, H.
influenzae no tipificable, H. influenzae, Haemophilus
parainfluenzae, estreptococos β hemolíticos, Branhamella
catarrhalis, y Klebsiella pneumoniae. H. influenzae de tipo B
todavía sigue siendo una causa en adultos y niños no vacunados.
Las bacterias que han
colonizado la nasofaringe se diseminan localmente causando una celulitis
supraglótica con inflamación marcada de la epiglotis, la valécula epiglótica,
los pliegues aritenoideos y los ventrículos laríngeos. La infección por H.
influenzae de tipo B puede diseminarse por vía hematógena.
Las estructuras
supraglóticas inflamadas obstruyen en forma mecánica la vía aérea, aumentan el
esfuerzo respiratorio y causan, por último, insuficiencia respiratoria. También
disminuye la eliminación de las secreciones inflamatorias.
Los niños, desarrollan
síntomas abruptos: dolor de garganta, odinofagia y disfagia. Puede aparecer
asfixia mortal en el transcurso de algunas horas desde el comienzo del cuadro.
Es muy común la presencia de babeo. Además, el niño tiene signos de toxicidad
(contacto ocular escaso o nulo, incapacidad para reconocer a los padres,
cianosis, irritabilidad, imposibilidad de consolarlo o distraerlo) y está
febril y agitado. Puede haber disnea, taquipnea y estridor inspiratorio, que a
menudo obligan al niño a sentarse erguido, inclinarse hacia adelante e
hiperextender el cuello con el maxilar inferior hacia adelante y la boca
abierta en un intento de mejorar el intercambio de aire (posición de trípode).
La renuencia a tomar esta posición puede anunciar una insuficiencia respiratoria.
Puede haber retracciones inspiratorias supraesternales, supraclaviculares y
subcostales.
En los adultos, los
síntomas son similares a los de los niños, como dolor de garganta, fiebre,
disfagia y babeo, si bien la manifestación máxima de los síntomas suele
tardar > 24 h para desarrollarse. Dado que la vía aérea de los
adultos tiene un diámetro mayor, la obstrucción es menos frecuente y menos
fulminante. A menudo, no hay signos visibles de inflamación bucofaríngea. No
obstante, el dolor de garganta intenso con un aspecto normal de la faringe debe
hacer pensar en epiglotitis. Un retraso en el diagnóstico y el tratamiento
aumenta el riesgo de obstrucción de las vías respiratorias y la muerte.
En los niños con estridor,
cualquier intervención que podría ser molesta (y por lo tanto podría provocar
la obstrucción de la vía aérea) debe evitarse hasta que se establezca una vía
aérea. En niños con epiglotitis, debe asegurarse de inmediato la permeabilidad
de la vía aérea. Esto puede resultar bastante difícil y debe ser realizada por
personal con experiencia en el quirófano. En general, se requiere la intubación
endotraqueal hasta que el paciente haya sido estabilizado durante 24 a 48 h (el
tiempo total de intubación usual es < 60 h). Como alternativa, se
realiza una traqueostomía. Si antes de establecer una vía aérea permeable se
produce un paro respiratorio, la ventilación con bolsa y máscara puede ser una
medida transitoria que puede salvar la vida del paciente. Para la atención de
urgencia de niños con epiglotitis, cada institución debe contar con un
protocolo que comprenda la atención crítica, otorrinolaringológica, anestésica
y pediátrica.
Los adultos con obstrucción
muy marcada de la vía aérea pueden ser intubados por vía endotraqueal durante
la fibrolaringoscopia flexible. Otros adultos pueden no requerir la intubación
inmediata, pero se les debe controlar el compromiso de la vía aérea en una
unidad de cuidados intensivos que cuente con un equipo de intubación y bandeja
de cricotirotomía a la cabecera del paciente.
Debe realizarse el
tratamiento empírico con un antibiótico resistente a la β-lactamasa, como
ceftriaxona, 50 a 75 mg/kg IV 1 vez/día (máximo 2 g), hasta obtener los
resultados del cultivo y el antibiograma.
La epiglotitis causada
por H. influenzae de tipo B puede prevenirse de manera eficaz con la
vacuna conjugada para H. influenzae de tipo B (Hib).
TUBERCULOSIS
La infección tuberculosa es
el resultado del contacto de Mycobacterium tuberculosis (MT) con un determinado
individuo, dando lugar en su organismo a una respuesta inmune tipo
hipersensibilidad celular retardada.
Este estado de
sensibilización se diagnostica mediante la prueba de la tuberculina. Las
personas infectadas no presentan ni síntomas, ni signos ni hallazgos
radiológicos que sugieran enfermedad activa.
Un 10-15% de estos
individuos tienen riesgo de desarrollar enfermedad a lo largo de su vida
(infección tuberculosa latente, Tema 42 de este manual). La enfermedad
tuberculosa se caracteriza por la presencia de síntomas, signos y hallazgos
radiológicos que sugieren enfermedad activa.
Los síntomas, signos y
hallazgos radiológicos dependerán de la localización de la enfermedad.
VIRUS DE INMUNODEFICIENCIA
HUMANA
VIH significa virus de
inmunodeficiencia humana. El VIH es un retrovirus que infecta las células del
sistema inmunitario humano (principalmente las células T CD4 positivas y los
macrófagos, ambos componentes clave del sistema inmunitario celular), de manera
que destruye o daña su función. La infección por este virus lleva a la
progresiva reducción del sistema inmunitario, lo que se traduce en la
inmunodeficiencia.
El sistema inmunitario se
considera deficiente cuando pierde su capacidad de luchar contra las
infecciones y las enfermedades. Las personas con inmunodeficiencia son mucho
más vulnerables a un amplio número de infecciones y cánceres, la mayoría de los
cuales son raros entre personas sin inmunodeficiencia. Las enfermedades
asociadas a una inmunodeficiencia grave se consideran infecciones oportunistas,
puesto que se aprovechan de un sistema inmunitario debilitado.
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